sábado, 10 de septiembre de 2011










“EL HUMOR Y LA SONRISA TAMBIÉN CABEN EN LA AUDITORÍA







MANUEL DÍAZ ALEDO



Blog personal y libros del autor:



NOTA: PUBLICADOS YA TODOS LOS CAPÍTULOS DEL LIBRO EN ESTE BLOG. PUEDEN VISUALIZARSE SIGUIENDO EL MENÚ LATERAL.


Publicado por   Dyal  2011

Soluciones Optimización y Mejora  Internet S.L.


Impreso en España
Printed in Spain

Autor: Manuel Díaz Aledo


Propiedad intelectual: Copyright  Manuel Díaz Aledo

Reservados todos los derechos por el propietario del copyright.


ÍNDICE

ÍNDICE

Breve Introducción

Capítulo 1:   El nombrecito de la auditoria

Capítulo 2:   Nuestra primera experiencia: ¡Llegan los auditores!

Capítulo 3:   La contabilidad comentada

Capítulo 4:   Un auditor por los suelos

Capítulo 5:   Las matrículas de los camiones

Capítulo 6:   Todos a auditar

Capítulo 7:   Para auditores… los de Madrid

Capítulo 8:   Cuidado con la integridad física

Capítulo 9:   Un gerente ingeniero y la contabilidad

Capítulo 10:  No se preocupe, se lo damos hecho

Capítulo 11:  Una de pistolas

Capítulo 12:  Vicisitudes en los recuentos de existencias

Capítulo 13:  Atraco en el Banco

Capítulo 14:  Comida de auditores: la historia de la compra de la vaca

Capítulo 15:  Y otras muchas historias posibles

BREVE INTRODUCCIÓN


Este pequeño libro comprende una serie de sucesos y acontecimientos que le han ido ocurriendo al autor, a lo largo de su vida profesional como auditor de cuentas. La auditoria de cuentas es normalmente algo poco propenso al humor. Tampoco a la sonrisa. El auditor está estereotipado como un personaje serio que, provisto de su cartera o maletín, va persiguiendo todos los errores e irregularidades contables que se le crucen por el camino. En ocasiones, incluso se le ve como un Inspector de Hacienda o una especie de detective. Pero la vida es rica en sucesos imprevistos. Y esto propicia que, en ocasiones, el auditor y el entorno que rodea a su trabajo pueda encontrar o suscitar sonrisas, risas y hasta carcajadas.

Son esas ocasiones  las que, por lo poco frecuente e inesperado, quedan grabadas en la mente de los profesionales. En este caso, en mi propia mente y en mis recuerdos. También otros sucesos que tienen, quizás, un tinte más oscuro y melodramático. Son momentos más penosos y duros que, con el paso del tiempo o vistos desde fuera, pueden hacer aparecer la sonrisa en quienes las conocen o son testigos de ellas. Es semejante al caso común de la caída aparatosa de un adulto, en plena calle o en otro lugar, que pese a su  carácter penoso para el que lo sufre, provoca hilaridad en el entorno de quienes contemplan la escena. Máxime si esa caída se ve adornada con contoneos, bandazos, patinazos y otras escenificaciones similares del pobre mortal que ha tenido la desgracia de  irse al suelo de ese modo.

Pues como la vida es así y el género humano también y, por tanto, esos sucesos se dan y se han dado en mi vida profesional, me ha parecido apropiado sacar a la luz 15 breves relatos de hechos que me han sucedido o he visto en mis largos años de profesional de la auditoria de cuentas. Puede servir, igualmente, como una transmisión de experiencias para mis colegas, especialmente los más jóvenes o novatos en la profesión. Y, de este modo, si logro arrancar, tan sólo, una fugaz sonrisa de sus rostros habrá valido la pena el esfuerzo de poner en marcha mi memoria y hacer esta recopilación.

CAPÍTULO 1

EL NOMBRECITO DE LA AUDITORÍA

Siempre me llamó la atención el nombre de esta profesión: auditoria. Reconozco que me costó asimilarla y hacerme con su esencia. En especial, antes de ser auditor. El médico, el abogado, el economista o el biólogo, por poner cuatro casos, tienen una profesión con un nombre acorde con ella. Pero ¿y nosotros?.

En mis años mozos, quizá por mi época militar, conocía eso de Coronel Auditor. Pero se trataba de personajes del Ejército, cuya tarea estaba ligada a la Justicia Militar, algo así como jueces o fiscales militares. También conocía esa otra actividad de Auditores de la Rota. Ésta en el ámbito eclesiástico, también ligada a los tribunales de la Iglesia Católica. Por tanto, auditoria me traía siempre el recuerdo de estas profesiones o categorías de la milicia o de la Iglesia.

Entonces ¿a qué viene eso de auditoria y auditores? ¿De donde habrá salido? Cuando me dispuse a hacer mi primer curso de auditoria, allá por los años ochenta, una vez decidido a iniciar una nueva actividad profesional y antes de su actual regulación en España, me topé con un curso a distancia. Era atractivo ya que se publicitaba y presentaba como un curso con grabaciones de todas las clases presenciales, aparte del correspondiente material impreso. Me interesó ya que parecía ser como asistir directamente a las sesiones presenciales que se daban en Madrid, en la sede de un determinado Centro de Estudios. Pues bien, en la primera de aquellas clases grabadas, el ponente o profesor se largó una extensa disquisición sobre eso de la auditoria y su nombre. Recuerdo que contaba, con gracia, que la palabra era algo así como oidor o escuchador. Es decir que auditor está ligado a audio. Se trata por tanto de la persona que oye o que escucha. Sus chistecillos fáciles sobre esta interpretación eran reídos largamente por los asistentes y esto lo escuchaba yo en mi casette. La primera clase transcurrió repleta de risas colectivas. Pronto comprobé que la maldita grabación de las clases era tan perfecta que oía más el ruido de los asistentes y sus cuchicheos que las voces de los profesores. Las guardé pronto en un armario y me quedé con el papel impreso.

Pero siempre he recordado eso de la persona que oye o escucha. O sea, que el auditor es alguien que escucha. Así se comprende bien lo de Coronel Auditor y Auditor de la Rota, ya que ambos escuchan  lo que dicen quienes están siendo sometidos a un juicio militar o los que actúan dentro del Derecho Canónico. Pero entonces ¿por qué se nos llama auditores? ¿Qué tiene que ver nuestra profesión con el oído?

Y aquí viene mi experiencia. Pero antes debo remitirme a otra cuestión: la de los Censores Jurados de Cuentas. También esta denominación se las trae. Cuando hice mi juramento como censor pasé a integrarme en el Instituto de Censores Jurados de Cuentas de España. Casi nada. Ésta era otra forma de denominar al auditor, nacida bastantes años antes en España, antes de la actual regulación de la profesión. No se les llamó auditores sino censores. Pero esto si tiene explicación en base a la antigua Ley de Sociedades Anónimas que establecía la figura de los censores de cuentas. Era la forma de denominar a unos socios que la asamblea elegía para revisar las cuentas presentadas por los Administradores y dar fe de que eran correctas. Censor equivalía aquí a revisor. Entiendo, por tanto, que al crear el Instituto antes citado se trataba de dar vida a unos censores profesionales, externos a la sociedad, que revisarían las cuentas de la misma. Y, posiblemente por influencia de la época, en plenos años del franquismo, le pusieron la palabra jurado, para indicar así que se trataba de personas que habían hecho un juramento de cara a la ética y honestidad en su trabajo. Pero hacían auditoria y eran auditores, aunque no se llamasen así.

Volviendo a mi experiencia personal, un auditor, si realiza bien su trabajo, tiene que escuchar bastante. Debe de hablar con personas de la organización a la que está auditando, preguntando y escuchando. Hablará con el gerente, con el Jefe o Responsable máximo de la Administración o las áreas económicas y financieras. Y, con toda seguridad, lo hará con el contable o contables de la empresa. También, con el responsable de los almacenes. Posiblemente, con otros empleados más de la entidad auditada. Y en esas entrevistas con toda seguridad… ¡oirá y escuchará!

Ahí está la respuesta al interrogante inicial. El auditor oye y escucha. Como el Coronel Auditor y el Auditor de la Rota. ¡Casi nada…! Quien le dio el nombre a esta profesión, fuese en España o, más probablemente en el mundo anglosajón, se quedó calvo, como decimos en  mi país para designar aquellos casos en que alguien discurrió mucho para poca cosa. O sea que yo soy un oidor y un escuchador…Las cuentas anuales y toda su parafernalia quedan en segundo plano y se engloban en eso de auditor de cuentas. Y, a partir de ahí, nos han salido una serie de hijos bastante irreconocibles. Es el caso de auditores de sistemas, de la calidad, internos o informáticos, por poner unos ejemplos. La familia se extiende cada vez más y tiende ya al infinito: auditores de animales, de minerales, de agencias de viajes, de lo que sea… Pero, se me plantea ahora una duda ¿Y todos estos, qué oyen y qué escuchan?

CAPÍTULO 2

NUESTRA PRIMERA EXPERIENCIA: ¡LLEGAN LOS AUDITORES!

Debo aclarar al lector, para su mejor comprensión, que el que esto escribe, antes de ser auditor fue auditado. Y hay más, en esa época no tenía ni remota idea de lo que era un auditor. Esa palabra no estaba en mi mundo ni en mi diccionario verbal. Veamos como sucedieron los hechos.

Era yo, entonces, Director de Fabricación o de Producción de una empresa, ligada a una importante y conocida multinacional. Mi territorio de trabajo era el de la técnica y el de la organización, el de la fabricación, el almacenamiento y los envíos de camiones repletos de nuestros fabricados a las centrales en Madrid. Y, también, de los aspectos económicos ligados a esto. Pues bien, nuestra empresa se auditaba todos los años, tanto por auditores internos como externos. Y ello llevaba consigo que anualmente desembarcaban en mi fábrica, en los períodos temporales correspondientes, aquellos personajes tan extraños para mí.

La primera vez que mi secretaria me dijo:

- ¡Me avisan que han llegado los auditores!

La oí, envuelto en mis problemas del momento – que eran muchos, muchísimos - pero no la escuché. Al cabo de unos minutos, me recordó el mensaje. Mientras seguía metido en mis cosas y en mis responsabilidades – que eran muchas…muchísimas - le dije algo así como:

-         ¿Qué quieren?

-         Espere que les pregunto- me contestó mientras salía hacia la salita de espera en la que debían estar esos señores.

Al poco regresó y dijo:

-         Son dos auditores de la firma tal  - una importante y conocida multinacional - que vienen a completar el trabajo que están haciendo en nuestra empresa. En Madrid están otros compañeros. Dicen que si puede hablar con ellos.

-         ¿Ahora? Tengo una reunión más tarde y la estoy preparando, tengo los presupuestos anuales a medio hacer, esperan para hablar conmigo tres personas, me llaman del servicio médico para hacer el reconocimiento anual y tengo que llamar, de inmediato, al Gran Jefe de Madrid. ¿No sabe usted que me es imposible?

-         ¿Y que hago? – remachó mi secretaria mientras añadía - Ah y quieren ir a los almacenes para no se que…

-         Mire. Entonces llévelos hasta los almacenes y que los reciba fulanito – el Jefe del Almacén.

Y pasé página sin más consideraciones. Se fueron hacia el almacén y a través de la cristalera de mi despacho, los vi caminar junto a mi secretaria. Sólo me fije en que eran muy jóvenes y llevaban traje oscuro y maletín en la mano. Sin más…

Pasaron los meses y un buen día – bueno más bien muy malo para mí - una llamada de Madrid, de uno de los jefes, me indicó que me había mandado unos informes de unos auditores y que fuese mirando que demonios había pasado para que ellos dijesen aquello. No me amplió más detalles y me remitió al informe escrito remitido por nuestro correo interno.

¿Qué habrá pasado?- me pregunté tratando de recordar a aquellas dos figuras, un tanto tétricas, que malamente retenía en mi memoria. Al día siguiente tuve la respuesta: Eran unas hojas de un informe de auditoria – las que se referían a mi fábrica - en las que se decían una serie de cosas, de difícil comprensión para mi en aquellos momentos, sobre los almacenes. Acompañaba a esas hojas un durísimo escrito de mis jefes de Madrid cuyas razones no comprendía nada bien. Todo se puede resumir en que, al parecer, nuestros almacenes eran un auténtico desastre. Y punto…

Leí varias veces aquellas hojas y me detuve en los detalles. Hablaba de ejemplos de observaciones que habían hecho, de no coincidencias de cantidades de diversos artículos eléctricos y electrónicos que teníamos en el  almacén, y daba vueltas alrededor de los mismos. Ante el mal cariz de los acontecimientos y mi asombro – ya que estaba en la creencia y seguridad  de que funcionaban perfectamente, por no decir de cine - decidí investigar a fondo aquel asunto.

Me fui a los almacenes e interrogué al Jefe y a todos sus operarios. Y tuve la película completa de lo sucedido. Me reprodujeron perfectamente las escenas. Más o menos, las cosas fueron así:

-         Traemos un listado de materiales y productos que ustedes utilizan y tienen aquí - dijeron los auditores - ¿nos enseñan donde están?

El Jefe de almacén, tras verificar que se trataba de resistencias, condensadores y pequeños elementos electrónicos, les enseñó una estantería más bien pequeña con muchas cubetas en las que se guardaban aquellos. 

-         ¿Está aquí todo?-preguntaron sorprendidos lo auditores

-         Así es

Y comenzaron a solicitar que les enseñaran las de algunos de ellos. Y así encontraron que había algunas diferencias en más o en menos de aquellos pequeños elementos. Algo objetivamente poco importante. Pero había unas diferencias.

Tras esto, hablaron – más bien charlaron - con algunos operarios del almacén que les contaron mil historias sobre su trabajo y la empresa desde su limitada visión. Los auditores sacaron, entonces, una impresión de descontrol y desbarajuste totalmente ajena a la realidad. Que no se contasen todos los días aquellos elementos - por otra parte cerrados con llave - no era relevante. Pero nadie sabe lo que es capaz de decir y contar un almacenero ante un forastero  que le escuche.

Pude comprobar, con asombro que toda la tormenta venía de unas diferencias en algunos elementos entre lo que indicaba el inventario y el recuento hecho, las cuales hubieran podido explicarse perfectamente en su momento… de estar allí alguien sensato. Y, además, saqué la conclusión de que aquellos auditores debían de ser jóvenes empleados – e incluso noveles - en aquella multinacional y, por tanto, con ganas de hacer méritos. Y lo sucedido fue la típica bola de nieve en las pirámides empresariales. Lo que había comenzado siendo unos someros comentarios en un informe, se fue transformando, al bajar de jefatura en jefatura de mi empresa, en un auténtico vendaval basado en un hipotético desastre.

Todo se explicó a Madrid convenientemente y aquello pasó a mejor vida. Pero…tuvo una consecuencia. ¡Mi visión de los auditores! Desde ese momento todo cambiaría en mi actitud. ¡Eran unos tipos peligrosos! ¡podían convertir el agua en vino con sus comentarios y sus informes!. Así que mucho ojo con ellos. Y los esperé al año siguiente. Mis órdenes fueron tajantes:

- Cuando lleguen los auditores les acompañaré yo, personalmente, todo el tiempo. Nadie hablará con ellos, solamente yo. Y no quiero ni un solo comentario como eso de que ¡habia 16 unidades y ahora no se porque hay 14! ¡Las piezas no se cuentan! O ¡la llave está en ese cajón! – les expliqué a mis subordinados y a los del almacén, acompañándolas de un par de tacos menores para que les quedase bien gravado el mensaje..

Y así fue. Un buen día llegaron y me convertí en su sombra. Miraron lo que quisieron y tuvieron las explicaciones adecuadas. Y, pese a la juventud de los nuevos auditores de ese año, les hice comprender lo relativo de las cosas. Vamos lo que en auditoria se llama importancia relativa. Todo transcurrió perfectamente,  nadie abrió la boca y nada se citó en los informes sobre nosotros.

Realmente –tal como he contado infinidad de veces a mis alumnos de los cursos de auditoria- nadie sabe lo que es capaz de hablar y de contar un empleado cualquiera de una empresa a una persona ajena a la misma que pasa por allí y le pregunta. Hay una especie de ley, no escrita en parte alguna, por lo cual a menor y más bajo nivel en las estructuras de una empresa, más son sus ganas de largar y soltar por su boca sus opiniones y consideraciones acerca  de aquella, sobre asuntos de cualquier nivel.
Moraleja, ante estos pensamientos míos de aquella época: si eres jefe y te auditan cuidado con lo que dicen tus empleados y, si por el contrario, eres auditor, aprende a perder un rato charlando con esos empleados y podrás encontrar una mina.

CAPÍTULO 3

LA CONTABILIDAD COMENTADA

Sucedió, lo que paso a narrar, hace años. Nos contrataron la auditoria de un Colegio Profesional. Llegado el momento de hacerla, comenzamos nuestro trabajo allí. Nuestro único interlocutor era el contable. El Presidente y los miembros de la Junta Directiva estaban en sus temas, pero la contabilidad del Colegio la llevaba un hombre, cercano a los sesenta años, que trabajaba allí desde hacia mucho tiempo. Y con él estuvimos y hablamos durante varios días.

Llevaba la contabilidad a mano. No estaba introducido, todavía, suficientemente el uso del ordenador ni los programas contables. Así que aquel hombre, personaje curioso como pocos, nos fue dejando sus libros de contabilidad: el diario, el mayor, el libro de balances. Lo primero que saltaba a la vista era la pulcritud extrema de sus anotaciones, hechas con una perfecta rotulación. Su letra, grande y redondeada, iba dejando remarcados los inicios de las frases y anotaciones. Una joya de la escritura, sin duda. Ni una mancha, ni un borrón. Era fácil imaginarse a aquel hombre, quizá pocos años antes, con visera y manguitos para su trabajo y una pluma mojando, cada poco, en un tintero.

Tuvimos en nuestro poder varios días su diario. Y ahí comenzaron nuestras sorpresas. Fueron varias y cada vez más llamativas. La primera fue que la mayoría de sus asientos iban acompañados de una descripción, más bien amplia, de la naturaleza de los hechos que lo provocaban. Los nombres de las cuentas se le quedaban pequeños para indicar a qué se debía cada asiento. Y escribía… escribía bastante en cada asiento.

Otra sorpresa fue que en algunos de ellos había breves comentarios entre paréntesis, a continuación del asiento y de su descripción. Podían leerse cosas como:


80.000 Pts     Vehículos     a   Bancos     80.000 Pts

Compra del coche matrícula XXXXXX
( Porque hacía falta ya que se vendió otro más viejo)

      O, en otra ocasión:


                                   5.000  Pts       Gastos       a     Caja           5.000 Pts
Pagos al fontanero D.xxxxxxxxx  que arregló las cañerías del agua
(Teníamos averías frecuentes y le cayó agua a los vecinos de abajo)

Había bastantes de estos comentarios esparcidos por aquel diario, pero nos    esperaban todavía sorpresas mayores.


Y éstas aparecieron cuando encontramos algunos comentarios, más extensos, al pie de algunos asientos de aquel diario. Nada mejor que comenzar transcribiendo algunos de esos comentarios:


Día    xxx   de  xxxxxxx del año 198x


25.000 Pts      Deudores      a      Caja    25.000 Pts

Salida por entrega a D. xxxxxxxxxxxxxxxxx

( Se trata del dinero que le entregué a D.xxxxxxxxxxxxxxxx, que pertenece a la Junta de Gobierno del Colegio. No se para que lo quiere, pero le dije que no podía contabilizar esto así. Me dijo que lo hiciera de todos modos. Así que lo contabilizo porque él me lo mandó)

Se puede imaginar el lector la cara de sorpresa primero y la sonora carcajada, después, que se nos escapó a mi compañero auditor y a mi al leer esto. No podíamos dar crédito. Lo repasamos varias veces. Llamamos al contable para que nos explicase aquello, sus motivos y demás circunstancias. Fue muy poco explícito y nos remitió a al comentario escrito que, por otra parte, era claro y evidente. El bueno del contable, se guardaba bien las espaldas, ante cualquier complicación futura, pensaba él, con aquel comentario escrito en el Diario.

A la vista de esto, nos pusimos a una búsqueda exhaustiva de nuevos comentarios de este calado. Sospechábamos que la afición del contable a dejar sus comentarios por escrito nos llevaría a encontrar otros similares. Y así fue:

Dia xxx de  xxxxxxxxxxx del año 198x

20.000  Ptas     Gastos    a  Caja    20.000 Ptas

Entrega para gastos de viaje de D. xxxxxxxxxx a Madrid, el día xx de xxx

( Entregados a D.xxxxxxxxxxx,  xx  ptas en billetes y  xxx ptas en monedas para su viaje a Madrid, el día citado. Creo que es mucho para ese viaje porque el hotel ya está pagado por la agencia xxxxx y va en su coche. Se le dio y yo contabilizo esto así porque él me lo mandó. También me lo ordenó hacer así el Presidente del Colegio)

Se pueden imaginar lo lectores, sobre todo si son auditores y contables, nuestra cara de asombro ilimitado. ¡Aquel buen hombre tenía el diario regado de comentarios, con toda clase de detalles y siempre cubriéndose sus espaldas y tratando de salvar su responsabilidad! Algo insólito y jamás visto por nosotros.

Naturalmente, hablamos mucho con él, en parte para aclarar muchos temas de aquella auditoria y, también, para conocer mejor al personaje. Era realmente digno de que se narrase su historia completa. Aparte de ser gallego y ejercer de tal, como pudimos comprobar, era un hombre que unía a su meticulosidad en el trabajo, una profunda desconfianza. Creía vivir – quizás con fundamento - sobre arenas movedizas y trataba de protegerse. Realmente, con frecuencia los colegios profesionales son auténticos campos de batalla entre los que llegan y los que se van en las Juntas de Gobierno o en los procesos electorales. Hay muchas luchas intestinas, envidias, politización, camarillas y afanes de escalar a su Presidencia. Aquel hombre estaba ya curtido en mil batallas. Había sufrido un montón de Juntas de Gobierno diferentes, con gentes que llegaron y, al cabo de un tiempo, pasaron, dejando en el camino toda clase de órdenes y de actuaciones. Y aquel contable…en medio de todos. ¿Cómo no iba a ser precavido? Pero, en toda nuestra vida profesional, jamás vimos nada semejante: ¡Una contabilidad comentada! Un libro diario repleto de comentarios nacidos en el día a día. Sacamos –como no, era obligado- algunas copias de los apuntes más llamativos para guardarlos y enseñarlos el día de mañana a nuestros nietos. Por algún rincón, por el momento inaccesible y perdido, de los archivos de mi despacho deben de reposar esas fotocopias. Ahora serían, junto a otras joyas, un pequeño tesoro, reliquia de unos tiempos lamentablemente idos.

CAPÍTULO 4

UN AUDITOR POR LOS SUELOS

La auditoria relatada en el capítulo anterior, habría de dejarnos otra pequeña muestra tragicocómica de nuestro trabajo profesional. Y no me puedo resistir a narrarla, poniéndome inicialmente serio.

Solíamos desplazarnos, mi compañero y yo, a las oficinas de ese colegio profesional citado de una ciudad gallega, viajando a primera hora de la mañana para regresar al anochecer a nuestras casas. Hacíamos una parada de una hora y media, más o menos,  para comer. Íbamos a un restaurante que estaba en la misma calle, en la acera de enfrente, a unos pocos metros más abajo. Se comía bien y en aquellos días invernales, de frío intenso en aquella ciudad, era un momento de relax que nos permitía pasar un buen rato de descanso.

Pues bien, uno de aquellos días llovía continuamente, mientras el viento y la humedad arreciaban, golpeando contra las ventanas de aquel Colegio. Llegó la hora de comer y nos dispusimos a bajar mi compañero y yo. Llegamos al portal bromeando sobre la que estaba cayendo. Como solamente teníamos que cruzar la calle y bajar después unos metros bajo unos soportales dejamos los paraguas en las oficinas. Con el abrigo de nuestras gabardinas y los cuellos subidos, llegamos al portal de la casa. Como llovía tanto –una cortina de agua barría sin cesar la calle- esperamos unos minutos. Pero aquello llevaba trazas de no acabarse nunca. Estábamos ante un  auténtico temporal gallego de agua y viento. Al fin, decidimos salir a la calle y cruzar. Habría que mojarse algo, pero no había más remedio que salir si queríamos comer.

Entonces…mi compañero –que no es precisamente un atleta- se preparó para cruzar, mientras decía:

-         Vamos Manoliño que chove…

Y al tiempo que decía esto, se lanzo a la carrera, para cruzar la calle, de la misma forma que arrancaría un atleta en una carrera de cien metros lisos. Ésta era un río de agua. Le seguí, con menos ímpetu y… ¡sucedió todo!. Mi compañero tan pronto puso un pie en la calle e inició el sprint, se le fue con un tremendo resbalón. Fue dando traspiés rumbo a las casas de enfrente, evidentemente fuera de todo control. Con una mezcla explosiva de resbalones y bandazos, con el cuerpo hacia delante y el pánico dibujado en su cara, cruzó la calle sin freno alguno. Al llegar a la pared de enfrente se topó con un comercio abierto, en el que había varias personas. Pasó de esa guisa por la puerta abierta del comercio y, en marcha absolutamente errática, entró en el comercio, con sus tumbos y resbalones a cuestas. Ante el estupor y el espanto de los presentes y mientras yo, desde fuera, seguía aterrado la escena, mi compañero llegó hasta el mostrador y dando un tremendo golpe rodó por los suelos del comercio. Se oyeron unos gritos despavoridos y el temor se adueñó de los presentes. Mientras el intruso auditor yacía quejoso en el suelo, varias señoras se apresuraron a levantarlo del suelo. Llegué a tiempo de oírle decir:


-         Me maté…mamaiña que golpe me he dado

-         Pero ¿le duele algo? ¿Se ha roto algo?- le preguntaban en tono serio, empezando a salir de sus temores al verle levantarse sin aparentes problemas. Sólo decía:

-         ¡Que golpe mamaiña…que golpe! Se me fue un pie…No tengo nada, no es nada.

Me hice cargo ya de mi compañero que tenía su gabardina totalmente mojada y embarrada, como si hubiese caído en un pantano. Sus gafas rotas habían rodado por los suelos. Eso y unas marcas de éstas sobre su nariz eran la única huella del descalabro. Salimos, después de tranquilizar a aquellas buenas señoras y de sortear un grupo de curiosos  que se había formado en la puerta, y nos acercamos al restaurante. Ya más tranquilo, mi compañero, el auditor que había rodado con estrépito por los suelos, no cesaba de decir

-         Mamaiña… que golpe. Se me fue un pie…

Tras la comida de recuperación, regresamos a  nuestro trabajo, no sin antes explicar a todos los presentes el por qué de aquella gabardina embarrada y hecha una pena. Realmente, la dignidad del señor auditor –que existe y es reconocida como tal- quedó en aquella ocasión …por los suelos.

CAPÍTULO 5

LAS MATRÍCULAS DE LOS CAMIONES

Me sucedió otro día al auditar por primera vez una empresa. Era del sector de la alimentación y disponía de una flota de reparto de sus mercancías formada por 30 camiones y furgonetas. Así pues, llegado el día en que me encontraba revisando el Inmovilizado Material, ocurrió lo que paso a narrar.

Entre las diversas pruebas a realizar sobre ese Inmovilizado, trataba de verificar si la flotilla de vehículos estaba correctamente contabilizada, existía y era propiedad de la sociedad, aparte de tener sus seguros en regla. Tuve, por tanto que solicitar toda la documentación pertinente y, con un listado de matrículas y la documentación de propiedad y de seguro de todos los vehículos en la mano, salí a una explanada exterior anexa a las instalaciones de la empresa. Iba solo. Y comencé a pasar junto a cada vehículo para ir casando toda la documentación.

Al cabo de un rato, terminado mi recorrido, me encontré con que me sobraba una documentación y me faltaba la de uno de los vehículos que había revisado. Como el caso me extrañó y por si acaso me había equivocado, repetí la operación, haciendo el recorrido a la inversa que antes, procurando ir más despacio. Al terminar, obtuve idéntico resultado: me sobraba la documentación de un vehículo y me faltaba la de otro.

-         Se debe tratar de un error de quien me ha preparado la documentación. No lo entiendo, pero voy  a verlo de nuevo- me dije en voz baja.

Subí a las oficinas y conté lo ocurrido a mi interlocutor en el tema.

-         De ningún modo, te has debido equivocar- me dijo de inmediato y con seguridad- Te he dado 30 documentaciones encarpetadas que corresponden a los camiones que tenemos.

-         Está bien… volveré a revisarlo de nuevo-le contesté pensando en que aquello me estaba llevando ya demasiado tiempo.

Salí de nuevo a la explanada y bajo el sol de la mañana, ya avanzada, comencé a revisar vehículos y documentaciones. Al terminar idéntico resultado. Empecé a experimentar una mezcla de hastío y de enfado hacia aquel hombre de la empresa que, tan cargado de razón, aseguraba que me había equivocado posiblemente. Pero, decidí hacer un último recuento, al tiempo que hacía un dibujo en una hoja de papel. Dibujé 30 pequeños rectángulos –uno por vehículo- y fui poniéndole la matrícula que le correspondía, conforme pasaba ante él. Eso si, sin fijarme mucho en ello, en esta ocasión fui por la parte de atrás de los vehículos. Al terminar, me encontré con un resultado sorprendente. Ahora no me sobraba ni me faltaba ninguno.

-         Pero c….-solté en voz alta- ¿cómo puede ser esto? Es imposible que me haya equivocado antes tres veces. Pero se ve que sí me equivoqué… Comprobemos de nuevo.


Nuevamente, volví a pasar ahora por delante de los coches, escribiendo en aquel papel su matrícula, conforme las iba leyendo. Y al final…mi sorpresa fue mayúscula. Uno de los vehículos, dibujado en el papel, tenía dos matrículas diferentes asignadas en las dos pasadas últimas que acababa de hacer. No entendía nada y el error no cabía, ya que se trataba de dos matrículas radicalmente diferentes, con números y letras no coincidentes en nada.

No tenía explicación alguna y comencé a pensar que alguien se podía estar divirtiendo a mi costa, Alguien que sacaba sigilosamente un vehículo, mientras revisaba los otros, y ponía otro en su lugar. Me pareció una explicación realmente inverosímil. Pero… algo estaba pasando y yo no había bebido ni una copa. Más bien, comenzaba a notar el hambre al acercarse el mediodía.

-         Bueno - me dije- si el vehículo que hace el número 16 de mi lista marca en mi papel dos matrículas diferentes, salgamos de duda.

Me dirigí sin detenerme a ese vehículo y anoté la matricula de su parte anterior: 4589BBH y por su parte posterior 5976CLJ (números ahora supuestos, obviamente). Estaba claro, me froté los ojos y volví a mirar las placas. No había duda: eran diferentes. Miré si estaban bien fijas o si había otra por debajo, pero nada de eso. Estaban perfectamente sujetas. Presa ya de un ansia de detective, intrigado, decidí continuar ahondando en aquello. Discurría para mi:

-         Pero, ¿cómo puede tener un coche matrículas diferentes por delante y por detrás? ¿Cómo no se había enterado el chofer? ¿Lo sabría y le daría lo mismo? ¿Y los de la Guardia Civil de Tráfico? Aquel vehículo tenía ya seis años de antigüedad en la empresa ¿nunca lo habrían parado ni puesto ninguna multa? ¡Aquí debe de haber gato encerrado!

Así que una vez descubierto aquel enigma, volví a ver a mi interlocutor, requiriendo, además, la llamada del Jefe de Administración. Les dije que vinieran a la explanada y, una vez allí y bajo su mirada  entre socarrona y molesta, les hice revisar las matrículas de tres coches de la fila. Uno de ellos el de las placas diferentes. En un primer momento no se percataron del tema, pero yo les esperaba expectante y sin quitar mi vista de sus caras.

-         Miradlo bien por favor. Hay algo raro –le dije  sin más aclaraciones.

Y entonces vieron lo mismo que yo había visto.  Una amplia sonrisa se dibujó en mi cara, mientras miraban los dos, llenos de asombro, una y otra vez las matrículas de aquel vehículo que hacía el número 16 de la fila. Al cabo de unos minutos de idas y venidas y de intercambio de palabras entre ellos, se rindieron. Estaba claro que aquel camión circulaba con placas diferentes por delante y por la parte trasera. Totalmente distintas.

-         ¿Y ahora qué? – les expecté percatándome de que había pasado casi toda la mañana en aquella estúpida operación, siempre rutinaria, de revisión de vehículos en aquella primera auditoria.

No supieron que contestar. Se verificó que el coche había tenido un par de multas en carretera por exceso de velocidad y que, según el chofer, le habían parado alguna vez más los de la Guardia Civil de Tráfico. Las matrículas, decía el conductor,  debían de haber venido así del concesionario cuando se compró aquel camión. Pero nunca se había percatado nadie, ni siquiera él mismo, del insólito hecho de circular con dos matrículas diferentes por las calles de la ciudad y por las carreteras próximas.

Realmente, he pensado desde entonces, ¡qué cosas puede llegar a detectar un auditor! ¡Hasta lo más insólito!

CAPÍTULO 6

TODOS A AUDITAR

En el año 1990 se puso en marcha en España la regulación legal de la auditoria de una forma completa. Hasta ese momento el ordenamiento legal sólo la consideraba de una forma muy fragmentada, cuando no meramente marginal. No existía, en realidad, la figura del auditor sino la del censor jurado de cuentas. Y desparramadas por diversas leyes y normas de variados rangos aparecía la mención de la obligatoriedad de practicar la censura de cuentas.

Pero en el año 1990 arrancó la reforma mercantil española que cambió todo este marco y puso en marcha la figura del auditor y la profesión de la auditoria, siguiendo ya modelos de otros países. Esto originó una primera oleada de cursos de formación de bastantes profesionales del ámbito de la economía, en su mayor parte, para prepararse como auditores y poder ser homologados como tales. Pero, ya hemos dicho antes que existían los censores jurados de cuentas que, en realidad, eran y actuaban como auditores. Eso sí, con el marco, no reglamentado, anterior al de 1990 y sujeto a la normativa interna del ICJCE. Y este era precisamente mi caso, ya que era censor jurado de cuentas desde 1982. A la llegada de la reforma mercantil citada ya había realizado diversos trabajos de auditoria con emisión de los informes correspondientes.

Numerosos compañeros economistas hicieron los cursos que se organizaron para aprender auditoria y poderse habilitar como tales, posteriormente, ante el ICAC. Yo también los hice para aumentar mis conocimientos sobre esta materia e inscribirme en las listas del ICAC. Y, entre aquellos, varios de mis socios de despacho profesional.

Una vez terminados esos cursos, realizados los exámenes correspondientes e inscritos en el ROAC como auditores, mis compañeros y yo estábamos ya en condiciones de salir todos a la calle a ejercer la profesión. Poco después, un colega amigo me contó la siguiente experiencia que le había sucedido.


“Llegó el gran día, aquel en el que íbamos a empezar el trabajo en el primer cliente de auditoria del despacho. Era el primero para mis compañeros, pero no para mí. Así que llenos de entusiasmo, nadie quería perderse esta primera actuación. Al final fuimos tres  a hacer la primera visita al gerente de la empresa de marras. Éramos demasiados – esto era evidente - pero los chicos no se resignaban a no ir.

Se trataba de un comercio minorista, con un solo establecimiento, en una calle céntrica de nuestra ciudad. Era más bien pequeño. Pero quería, más bien, necesitaba auditarse por cuestiones  de bancos y de socios. Con paso firme y decidido, casi podría decir que marcial, y provistos de una hermosa carpeta nueva cada uno de nosotros, llegamos al local. Preguntamos por el jefe y, tras atravesar el pequeño comercio, repleto de cocinas, frigoríficos, lavavajillas y similares, nos llevaron a una pequeña – pequeñísima - oficina. El gerente estaba allí, tras una escueta mesa, delante de la cual había una sola silla. No cabían más. Levantó la vista de sus papeles al vernos llegar y no pudo menos que mostrar una cara mitad de susto, mitad de asombro: ¡tres auditores! ¡Nada más y nada menos…! Los primeros que veía en su vida…

Al ser nuestra primera visita allí, el objetivo era ver y conocer la empresa y hablar con el gerente para obtener una serie de datos que nos permitiesen pasarle un presupuesto adecuado y detectar ya el nivel de control interno. Pero…ese era el objetivo pretendido por todos y cada uno de nosotros.

Al ser el más veterano en la profesión hube de llevar la voz cantante en aquel encuentro. Debo decir que desde que salí del despacho tenía la incómoda sensación de que aquello iba mal, que no era forma de empezar. Pero…¡todos querían auditar…! Así que me puse a la faena, abriendo mi carpeta y sacando el cuestionario que llevábamos. Pero…el gerente empezó, poniéndose en pie:

-         Perdón, pero no tengo sitio para todos. Siéntese uno, por favor…

Nosotros mirando a derecha e izquierda ni vimos otras sillas más que la única existente, ni cabía ya un alfiler en aquella minúscula oficina. Nos miramos, dudamos en que hacer y finalmente dijimos:

-Es igual… nos quedamos de pie…estamos acostumbrados.

Y dejamos vacía la silla. Es evidente que mis compañeros trataban de mantener, en todo momento, una igualdad total entre los tres. El gerente se sentó, no sin mostrar su incomodidad al ver de pie a los auditores…¡a los señores auditores!

-         Bien… ustedes dirán, aunque ya ven que esto es un comercio pequeño de electrodomésticos que llevamos mi socio y yo con tres dependientes.

-         Bueno… empecemos por el control interno- soltó uno de mis compañeros, atropellando sus palabras con el otro que decía:

-         Le vamos a hacer unas preguntas sobre su negocio. Son bastantes, pero no se preocupe que son fáciles…

Mi corazón dio un vuelco al ver la salida en tromba de mis dos colegas, que ya habían abierto sus cuestionarios y, lápiz en ristre, se preparaban a bombardear a aquel hombre con sus preguntas.

-         Vamos con orden  - intervine para calmar la situación un tanto ansiosa en que nos estábamos metiendo - aunque ya vemos que el negocio no es muy grande, ustedes se quieren auditar y tenemos que seguir unos procedimientos…

-         Mire, ustedes  tendrán un organigrama de la empresa, de la sociedad- siguió sin coger la onda que había lanzado con mi pregunta, mi compañero de la derecha.- Quiero decir si tiene un papel en el que esté escrito, con unos cuadraditos, el gerente y todos los empleados con las funciones y las responsabilidades que cada uno tiene…

-         No, no… tenemos eso.- dijo el gerente con voz que ya empezaba a ser trémula y poco audible.- ¿Para qué lo necesitamos?

-         O sea… no lo tienen- siguió embebido en su papel de auditor mi compañero, mientras escribía en la casilla de su cuestionario NO LO TIENEN, aunque con la goma borró después  para poner simplemente NO.

El gerente, al ver que se apuntaba lo que había dicho, empezó a moverse inquieto en su silla. Yo empezaba a verme superado por las circunstancias y a maldecir en mi fuero interno haberme metido en aquel embrollo.

-         Sigamos –dijo el otro compañero, el de mi izquierda- No tienen establecido un organigrama formal, pero si informal. Seguro que tienen un manual de funciones o, si no lo tienen impreso, está establecido. Quiero decirle que ustedes tienen delimitadas todas y cada una de las funciones y de las correlativas responsabilidades de cada empleado. Esto es buen control interno…

Aquel hombre empezó a sudar y ya no supo casi  que decir. Pero cogió aire y se lanzó:

-         Miren… yo… bueno aquí, claro que todos saben lo que tienen que hacer. Hacen todos de todo, porque son tres y conmigo cuatro. Todos atendemos el teléfono, despachamos en el mostrador, hablamos con los clientes, cobramos, apuntamos las ventas, vamos a por el material o lo que compran al almacén, ese que ven aquí detrás. Y también cogemos la furgoneta y llevamos muchas veces lo que han comprado a la casa del cliente. No hay diferencias entre ellos.

-         Ah… pero eso no es buen control interno. No hay…- continuó el de mi izquierda mientras mi boca se iba sellando cada vez más…- no hay … ¿cómo se dice?...

-         ¡Segregación de funciones…!- le recordó el otro.

-         Eso… segregación de funciones…

-         Segrega…. ¿qué?- contestó el gerente

En ese instante vi con absoluta claridad el ridículo en que se movía aquella situación. En realidad, la había visto e intuido desde el principio, antes de salir del despacho. Pero ¡el entusiasmo de mis compañeros ante un primer cliente! ¡La posibilidad de estrenarse como auditores…! Aquello evidentemente iba mal. Es más, iba fatal y estábamos regando fuera del tiesto. Así que me lancé a zanjar el tema…

-         Bueno, ya nos hacemos una idea de este negocio. Al ser pequeño las cosas tienen que ser como usted dice. Mire… ¿nos puede dar un balance de situación y una cuenta de pérdidas y ganancias? O mejor ¿nos da un balance de sumas y saldos…?

Pero ya era tarde. Aquel hombre ya había reaccionado interiormente y había cogido miedo a la auditoria. Más bien pánico.

-         Tres tíos que vienen  a interrogarme sobre mi negocios, que apuntan lo que digo, que quieren saberlo todo…¡C…. parecen policías o inspectores de Hacienda! Ni hablar…¡yo no me audito! ¡Y al caraj…! Sólo me faltaba esto….-pensó para sus adentros en cuestión de segundos.

Ya no hubo más. Dimos por zanjada la entrevista, una vez que nos dejó un balance, y nos despedimos. Creí adivinar una mezcla de sonrisilla sarcástica y de liberación anímica. ¿Quien le habría hablado a aquel hombre de la bondad de la auditoria? Nos fuimos, mientras mis compañeros mostraban su enojo por no haber podido pasar el dichoso cuestionario – de más de cien preguntas- completo.

Sobra decir que pasamos un presupuesto a aquella empresa y que, hoy, al cabo de un montón de años … ¡seguimos esperando! Naturalmente no hicimos nunca esa auditoria. Y hasta el hombre aquel cambiaba de acera si nos veía por la calle…””

Me reí bastante con la historia de mi amigo y comprendí que esas cosas, debieron de ser frecuentes en aquellos primeros tiempos de la auditoría obligatoria en España, con bastantes colegas recién salidos de los cursos de formación e iniciando este nuevo camino profesional.

CAPÍTULO 7

PARA AUDITORES… LOS DE MADRID

Sabido es el provincianismo que reina todavía en la mayoría de las ciudades españolas. Me refiero a que en las capitales de provincia, excepto las grandes urbes de Madrid, Barcelona, Valencia y poco más, sigue existiendo un viejo prejuicio social, cultural y hasta profesional. Todo lo de la capital – Madrid - es mejor que lo propio. Y hasta en las familias más elitistas y de más clase social sucede esto. Casi me atrevería a decir, que se vive aun más este prejuicio social que los convierte en provincianos.

Esto, evidentemente, era más acusado en años pasados. Pero podemos asegurar que todavía existe ese sentimiento pueblerino de que lo de allá, lo de la capital, es siempre mejor. Pues bien, esta experiencia que el que esto escribe ha vivido y observado infinidad de veces y en las más diversas circunstancias, también apareció en la auditoria. Paso a narrarles este pequeño suceso que viví en primera persona.

Un buen día nos llamaron a nuestro despacho profesional para ir a una empresa de nuestra ciudad. Se trataba de algo bastante especial, ya que era la empresa que editaba un periódico local, pero de larga historia y difusión bastante amplia, pero venida a menos. Era un periódico que tiraba diariamente un número reducido de ejemplares. Pero mantenía el nombre, prestigiado en épocas pasadas, y una cabecera conocida por todo el mundo en nuestra zona geográfica. Así que nos fuimos allí, un compañero y yo a ver al Presidente de la empresa editora.

Estaba acompañado, cuando llegamos, por un miembro del Consejo de Administración que era abogado. Éste era quien había hablado en el Consejo de nosotros, como posibles auditores, una vez que tomaron la decisión de hacer una auditoria. Las cosas no iban bien y querían, realmente, conocer la situación. Nos recibió el Presidente del Consejo, juntamente a la otra persona citada que hizo un poco la introducción de la entrevista y la motivación. Se trataba de que les pasásemos un presupuesto e indicásemos las líneas de cómo sería nuestro posible trabajo allí.

Tomamos la palabra y durante un rato explicamos el proceso de auditoria, en qué consistiría, lo que íbamos a solicitarles, en caso de hacer la auditoria y varias cosas más. El consejero que acompañaba al presidente mantuvo una larga conversación con nosotros, en la que realmente trataba de tener muy claro en que se metían al auditarse. No lo habían hecho nunca y desconocían bastante nuestro trabajo y nuestras exigencias. Actuamos con la máxima profesionalidad, a la vez que vendimos imagen y experiencia de varios años auditando, como así era ya en esos momentos. El Presidente se mantuvo en todo momento callado. Ni una palabra. Sólo escuchando y observándonos.

Por el discurrir de la conversación y la gran cantidad de información que aquel hombre nos dio, todo apuntaba a que podía salir adelante aquel trabajo. Evidentemente era muy interesante para nosotros, tanto por el tipo de empresa y de negocio, como por el importe de los posibles honorarios.


Cuando ya se había terminado, prácticamente, la conversación y la entrevista y estábamos a punto de salir de aquel despacho, bastante animados, sucedió… El Presidente volvió su butaca giratoria hacia el consejero que le acompañaba y dijo:

-         Fulanito…Esto no sirve para nada. La auditoria es una cosa muy seria, muy profesional. Y es de profesionales. Para eso ¡hay que IR A MADRID! Aquí no hay auditores. ¡Tu no sabes de esto! La auditoria requiere muchos conocimientos económicos, saber mucho y  ser auditores…

Este principio de su discurso nos dejó helados y sorprendidos, pero por educación no le interrumpimos. No obstante, en nuestro interior estaba subiendo la adrenalina  a gran velocidad. Siguió diciéndole:

- Estos hombres tendrán buena voluntad pero la auditoria es demasiado seria para tomarla con ligereza. Mira, en Madrid hay gente que sabe de esto, que entiende. Aquí en nuestra ciudad, en nuestro entorno …no… no hay profesionales de esto. ¡Hay contables!

Al llegar aquí ya estábamos rojos de rabia y dispuestos a saltarle a la yugular aquel hombre que, por otra parte, no era ningún ignorante. Pero aquello…¡no se podía tolerar!

-… Así que fulanito, busca gente de Madrid que SEAN AUDITORES y llámalos para un presupuesto. Hay que ser serios….- terminó.

Con la misma, mordiéndonos los labios y hasta el paladar, le soltamos:

-         Mire usted. Nosotros sí somos auditores. Tanto como esos de Madrid que dice usted. No se si sabe que esta profesión está regulada por el ICAC y pertenecemos todos los auditores españoles al Registro Oficial de Auditores de Cuentas (ROAC). Y todos, en principio, tenemos la misma cualificación…

-Sí… sí… pero no es lo mismo- interrumpió- en Madrid son mejores y saben más…

-         Bueno, con todo nuestro respeto, es una opinión personal suya, pero que no refleja la realidad. En Madrid y aquí hay buenos y malos auditores. En Madrid y aquí hay gente con experiencia y gente sin ella… Mire…¡mejor lo dejamos ya!

Y nos despedimos con frialdad y un monumental enfado por dentro. Nuestro orgullo había quedado machacado por completo por un provincianismo estúpido. Cuando salíamos, alcanzamos a oír:

- Fulanito. ¡Que te digo que no…!  Busca siempre en Madrid si quieres encontrar calidad y experiencia. Aquí no saben…de esto…

CAPÍTULO 8

CUIDADO CON LA INTEGRIDAD FÍSICA

Cierto día, mientras me encontraba enfrascado con un arduo problema fiscal de un cliente auditado, me avisaron:

-         Tienes una llamada de D. José XXX

-         ¿ Quién es? No lo conozco da nada –contesté – mira a ver que quiere.

Seguí con mis pensamientos envueltos en la maraña de la fiscalidad y al instante, volvió a sonar mi teléfono del despacho:

-         Es un señor de una Cofradía de Pescadores que quiere hablar contigo.

-         ¿Pero sabes que quiere? ¿Le habéis preguntado? – contesté molesto por la interrupción y sin prestar la menor atención al mensaje difuso que me daban, máxime que no tenía nada entre manos con ninguna Cofradía de Pescadores.

-         Sí e insiste que solamente quiere hablar contigo, el auditor, como te llama.

-         ¿Pero dice mi nombre…? – repliqué tratando de esquivar una de esas llamadas que, en principio, suenan inoportunas e interrumpen una tarea que exige concentración.

-         Mira…ya hemos intentado todo, pero ese señor solamente quiere que te pongas – me contestó – Parece bastante excitado y hasta me ha hablado con cierto desdén y agresividad.

-         A ver… pásame esa llamada de una vez – contesté rindiéndome y, también, porque me pareció que aquel hombre posiblemente quería hacer una auditoria, y esto nunca se desprecia en principio.

-         Buenos días, ¿hablo con MDA el auditor? – dijo dándome con ello a entender que conocía mi nombre e iba a tiro fijo.

-         En efecto, soy yo. ¿Qué desea?

-         Mire usted, le llamo de la Cofradía de Pescadores de XXX y quiero hacer una auditoria.

-         Pero… explíquese un poco más ¿esa Cofradía quiere hacer una auditoria? ¿De sus cuentas anuales? ¿de qué años? ¿Se ha auditado ya con anterioridad?

He de indicar que para mi una Cofradía de Pescadores es algo perfectamente conocido. No en balde mi padre fue durante años Secretario de una de ellas y Agente del Instituto Social de la Marina. Por ese motivo y porque pasé muchas horas y días en mis años jóvenes ayudándole en su trabajo entre la gente del mar, conozco bien ese ambiente y sus actividades. Por ese motivo, me sonó raro que se quisiera auditar una Cofradía y que aquel hombre supiera bien lo que era esto.

- Mire…verá. Soy parte de la Cofradía. Bueno quiero decir que he estado ligado hasta hace poco a ella y soy marinero. Quiero, bueno queremos que se audite porque no estamos de acuerdo con la gestión que lleva ahora el Presidente. En el Cabildo…

Le interrumpí de inmediato, al ver que allí parecía haber lío. Y además entre la gente del mar: armadores y marineros. ¡Mala cosa! Pensé para mis adentros. Pero el hombre siguió en sus trece.

-         Lo que quiero y por eso le llamo es para que usted, si puede, se acerque aquí y le contamos bien lo que queremos y el por qué

-         Sabe… no tengo mucho tiempo ahora – repliqué utilizando la excusa número uno del argot de la profesión: la falta de tiempo.

-         Mire es muy importante para nosotros hacer la auditoria.  Acérquese hasta aquí. Le voy a buscar y le entrenemos lo menos posible.

-         Pero ¿con quién me entrevistaría?

-         Conmigo y el Presidente de la Cofradía. También algún administrativo

-         ¿Y si lo dejamos para la semana que viene? – dije aplicando la excusa número dos que cómo veremos tampoco funcionó ante la feroz insistencia de aquel hombre anónimo para mí.

-         Nos corre mucha prisa…

-         ¿Podría llamar a otro auditor? – le corté aplicando la excusa número 27 y que suele ser ya definitiva.

-         Pero no conocemos  y además nos han hablado muy bien de usted y de cómo trabaja.- Remachó aquel hombre que, si bien trataba de deshacerme de él, me empezaba a caer simpático por su insistencia machacona.

Así que comencé a ver que la única solución era o actuar con mala educación y cortar por lo sano o aplicar la última excusa del auditor: ir a un presupuesto astronómico. Con esto se acaba siempre con situaciones como éstas y con trabajos que uno no quiere hacer ni siquiera conocer. Aquello de la Cofradía de Pescadores no podía, al final, ser nada bueno. Me lo decía mi olfato que no solía fallar en estas cosas.

-         Está bien. En una hora estoy en la Cofradía esa y nos vemos allí. ¿Me esperan ustedes, no? –les dije ya con mi plan elaborado para acabar con aquello o verificar si realmente era un trabajo interesante. ¿Podría serlo, no…? Pensé.

Pero era evidente que me estaba dejando llevar más que por el sentido común o por la praxis de auditor veterano, por mi simpatía por el mundo marinero, representado ahora por aquel ente de la Cofradía. Mi pasión por el mar y su mundo, me había picado, sin duda, ahora. En mala hora….

Cogí mi coche, dejando sobre mi mesa los papeles del problema fiscal con el que estaba, y en aquella hermosa mañana de primavera, me fui hasta la Cofradía de Pescadores de XXX. Al llegar me esperaba un hombre, sin duda alguna marinero por su indumentaria y sus modales. Adiviné, al instante, que no formaba parte de quienes dirigían y gestionaban aquellas Cofradía. Se acercó. Nos saludamos y me contó sus cosas, al hilo de mis preguntas. Estábamos fuera, en la puerta del edificio, situado en un pequeño y coqueto muelle en el que estaban atracadas varias embarcaciones de pesca.

Se puede resumir el asunto en que aquel hombre y el resto de los marineros de aquel lugar, según manifestaba él, estaban convencidos de que había mala gestión, despilfarro y hasta posiblemente desaparición de fondos de la Cofradía. Me dio sus argumentos pero ni un solo papel. Los tenían todos el Presidente y el contable. Habían pedido mil veces, decía, las cuentas y no las daban. No había asambleas ni reuniones. El Presidente actuaba - me seguía manifestando mi interlocutor – despóticamente y siempre amenazando a todo el mundo. Y estaban todos decididos a todo. Es decir a hacer una auditoria.

Visto con esto que mi interlocutor no era La Cofradía sino aquel hombre y que, obviamente, la auditoria me la debía encargar  quien estaba al frente de la misma o los marineros, solicitándola debidamente en una Asamblea legal.

-         Mire usted – le dije, vislumbrando que no íbamos por buen camino- ¿Quién encargaría y quien pagaría la auditoria?

-         Bueno  -balbuceó, flojeando por primera vez desde que le vi – supongo que la Cofradía., claro…¡la Cofradía ¡ que es quien tiene el dinero.

-         Pues tendremos que hablar con la Cofradía. Quizás otro día…- le dije viendo que habíamos embarrancado y lo mejor era terminar con aquello.

Si se llevaban tan mal con la Cofradía ¿Cómo pensaba él que iba aceptar una auditoria y, además, pagarla el bueno del Presidente aquel?. Di un par de pasos hacía mi coche cuando oí una fuerte voz que, más bien, me pareció un trueno.

-         ¿Pepe! ¿Qué c…. haces tú aquí? ¿Qué quieres imbécil…?- Soltó aquella voz de trueno.

He de decir que en este pasaje voy a traducir los tacos soeces y las brabuconadas a lo bestia que aquel individuo exhaló por su boca. Las suavizaré al lenguaje coloquial más asequible. Era un hombre de unos sesenta años, alto y gordo, fuerte, a la vista, como un roble. Se acercó a mi acompañante que por lo visto se llamaba Pepe. ¡Ya sabía algo de él después de tanto misterio sobre su persona!

-         ¿Me c…. en tu p…. madre , c…..! ¿Qué haces aquí. ¿No te dije el otro día que si volvías te daba cuatro (¡ojo, no dos como suele ofrecerse en estos casos!) hos… y te tiraba al mar.

Mi acompañante parecía frenarse en seco, pero ante mi presencia osó decir:

-         Este señor sabe de números y de cuentas. Lo he llamado, bueno lo hemos llamado para que…

-         ¡Que lo habéis llamado…! ¿Quiénes, gil….? ¡Habrás sido tú…mentecato! Te voy a dar…

Y al decir esto avanzó unos pasos hasta situarse frente al tal Pepe. Yo di discretamente mis primeros pasos de retirada y me quedé unos metros más lejos. El Pepe, frente a frente con él, seguía envalentonado o quizás haciendo acopio de todo su valor, mientras el Presidente, que era en efecto quien había salido, le miraba iracundo.

-         Vamos adentro – dijo el Presidente empujando al hombre al interior del local de la Cofradía.

Ambos entraron discutiendo ya acaloradamente, mientras que yo, a través de la puerta abierta contemplaba la escena. El Pepe le acusaba de no informar y de no presentar cuentas y le decía que todos estaban en contra del Presidente. Éste, gritando como un energúmeno, le decía que donde estaban los demás para mantener aquello. Pasaron unos minutos tremendos de gritos salvajes del Presidente y palabras cada vez más alicaídas de Pepe. Estaba claro que no lograba aguantar las embestidas.

Entonces, salió un tercer hombre de una oficina contigua. Era por lo visto el contable.

-         ¿Sabes lo que dice este hijo de  p…., el muy gil….? ¡Que no hacemos cuentas, que no hacemos asambleas, que no informamos y que dónde está el dinero!  ¡Lo mato, ca….lo mato!

-         Hombre – salió bravo pero conciliador el contable señalando hacia la puerta por donde acaba de salir - ¿cómo no vamos a llevar cuentas? ¡Las llevó yo personalmente y las tengo ahí!

-         ¡Pues enséñemelas ahora! –oso decir Pepe subiendo el tono de su voz y yéndose arriba.

-         ¿Qué te las enseñe…. ¿ ¿Qué te…?- rugió aquella fiera del Presi - ¡Que c…. te va a enseñar a ti! ¿Quién eres tú? ¡Una completa calamidad que no sabe hacer la o con un canuto, ca….!

-         Pero se las puede enseñar a ese señor que está afuera… al auditor.

El Presidente caminó unos pasos sin llegar a asomarse a la puerta y decidió continuar ignorando mi presencia y centrarse en Pepe. Desde que apareció no me había mirado ni una sola vez ni dirigido la palabra. Ni siquiera los buenos días al llegar. ¡Estaba todo claro…mi decisión estaba tomada! ¡Qué pintaba yo en aquella guerra! Así que inicié mi marcha hacia el coche, jurando en arameo, interiormente, por mi absurda decisión de ir a aquella Cofradía de Pescadores para hablar con un desconocido y tomar datos para darle un presupuesto al alza muy alzado. Pero, unos chillidos que parecieron aullidos, me hicieron detenerme y volver la cabeza. La escena era indescriptible. El Presidente comenzó a bramar y blandir toda clase de amenazas contra el Pepe, auxiliado en esta tarea por el contable que decía también lo suyo Encarándose los dos con él, le hacían retroceder una y otra vez por la sala.

-         …¿Pero quién eres tú, mamarracho, para pedirme a mí nada? Soy el Presidente de la Cofradía y llevo aquí 20 años en el cargo…¿Quién eres tú? ¿Y los otros…? ¡No me digas más que te aplasto como un gusano, cab…de m….! ¡Que no presento cuentas…! Las presento donde quiero y como quiero…¡Tú que sabes, si no tienes donde caerte muerto! ¡No sirves ni para ir a los calamares…!

La cosa estaba muy fea, pero el Pepe , en lugar de plegar alas y buscar la ayuda de otros aliados para su causa, cogía aire de vez en cuando y se empeñaba en seguir la batalla. Pero era peor… Opté por acercarme decidido par decirle al Pepe que me iba y que mejor lo hablasen otro día más tranquilos…¡Ni me escucharon…! En ese momento el Presidente cogía por los hombros a su opositor y lo levantaba del suelo mientras le seguía soltando imprecaciones. El bueno del contable…trataba de poner algo de orden y de paz…¡Era imposible…! Me dí la vuelta y me alejé a buen paso hacia el coche. Atrás seguía la trifulca de voces, gritos y chillidos.

¿Quién me habría mandado a mí meterme en aquel jaleo? ¿No sabía de sobra, antes de ir a esa Cofradía, que estos enredos de cuentas y asambleas terminan muchas veces mal? Lo sabía perfectamente, pero con tanta insistencia y mi pasión por lo marinero me había ido a meter en la boca del lobo. Así que los dejé, rompiendo el papel con la dirección de la Cofradía y el teléfono de Pepe. Regresé a mi ciudad con pensamientos encontrados: mi enfado contra mi mismo por las dos horas perdidas y mi mal cuerpo por las escenas, crudísimas, que acababa de contemplar. Además, era consciente que también había peligrado algo mi integridad física si aquella fiera no se hubiera detenido, en medio de sus amenazas de las cuatro h…., ante eso del auditor.