sábado, 10 de septiembre de 2011










“EL HUMOR Y LA SONRISA TAMBIÉN CABEN EN LA AUDITORÍA







MANUEL DÍAZ ALEDO



Blog personal y libros del autor:



NOTA: PUBLICADOS YA TODOS LOS CAPÍTULOS DEL LIBRO EN ESTE BLOG. PUEDEN VISUALIZARSE SIGUIENDO EL MENÚ LATERAL.


Publicado por   Dyal  2011

Soluciones Optimización y Mejora  Internet S.L.


Impreso en España
Printed in Spain

Autor: Manuel Díaz Aledo


Propiedad intelectual: Copyright  Manuel Díaz Aledo

Reservados todos los derechos por el propietario del copyright.


ÍNDICE

ÍNDICE

Breve Introducción

Capítulo 1:   El nombrecito de la auditoria

Capítulo 2:   Nuestra primera experiencia: ¡Llegan los auditores!

Capítulo 3:   La contabilidad comentada

Capítulo 4:   Un auditor por los suelos

Capítulo 5:   Las matrículas de los camiones

Capítulo 6:   Todos a auditar

Capítulo 7:   Para auditores… los de Madrid

Capítulo 8:   Cuidado con la integridad física

Capítulo 9:   Un gerente ingeniero y la contabilidad

Capítulo 10:  No se preocupe, se lo damos hecho

Capítulo 11:  Una de pistolas

Capítulo 12:  Vicisitudes en los recuentos de existencias

Capítulo 13:  Atraco en el Banco

Capítulo 14:  Comida de auditores: la historia de la compra de la vaca

Capítulo 15:  Y otras muchas historias posibles

BREVE INTRODUCCIÓN


Este pequeño libro comprende una serie de sucesos y acontecimientos que le han ido ocurriendo al autor, a lo largo de su vida profesional como auditor de cuentas. La auditoria de cuentas es normalmente algo poco propenso al humor. Tampoco a la sonrisa. El auditor está estereotipado como un personaje serio que, provisto de su cartera o maletín, va persiguiendo todos los errores e irregularidades contables que se le crucen por el camino. En ocasiones, incluso se le ve como un Inspector de Hacienda o una especie de detective. Pero la vida es rica en sucesos imprevistos. Y esto propicia que, en ocasiones, el auditor y el entorno que rodea a su trabajo pueda encontrar o suscitar sonrisas, risas y hasta carcajadas.

Son esas ocasiones  las que, por lo poco frecuente e inesperado, quedan grabadas en la mente de los profesionales. En este caso, en mi propia mente y en mis recuerdos. También otros sucesos que tienen, quizás, un tinte más oscuro y melodramático. Son momentos más penosos y duros que, con el paso del tiempo o vistos desde fuera, pueden hacer aparecer la sonrisa en quienes las conocen o son testigos de ellas. Es semejante al caso común de la caída aparatosa de un adulto, en plena calle o en otro lugar, que pese a su  carácter penoso para el que lo sufre, provoca hilaridad en el entorno de quienes contemplan la escena. Máxime si esa caída se ve adornada con contoneos, bandazos, patinazos y otras escenificaciones similares del pobre mortal que ha tenido la desgracia de  irse al suelo de ese modo.

Pues como la vida es así y el género humano también y, por tanto, esos sucesos se dan y se han dado en mi vida profesional, me ha parecido apropiado sacar a la luz 15 breves relatos de hechos que me han sucedido o he visto en mis largos años de profesional de la auditoria de cuentas. Puede servir, igualmente, como una transmisión de experiencias para mis colegas, especialmente los más jóvenes o novatos en la profesión. Y, de este modo, si logro arrancar, tan sólo, una fugaz sonrisa de sus rostros habrá valido la pena el esfuerzo de poner en marcha mi memoria y hacer esta recopilación.

CAPÍTULO 1

EL NOMBRECITO DE LA AUDITORÍA

Siempre me llamó la atención el nombre de esta profesión: auditoria. Reconozco que me costó asimilarla y hacerme con su esencia. En especial, antes de ser auditor. El médico, el abogado, el economista o el biólogo, por poner cuatro casos, tienen una profesión con un nombre acorde con ella. Pero ¿y nosotros?.

En mis años mozos, quizá por mi época militar, conocía eso de Coronel Auditor. Pero se trataba de personajes del Ejército, cuya tarea estaba ligada a la Justicia Militar, algo así como jueces o fiscales militares. También conocía esa otra actividad de Auditores de la Rota. Ésta en el ámbito eclesiástico, también ligada a los tribunales de la Iglesia Católica. Por tanto, auditoria me traía siempre el recuerdo de estas profesiones o categorías de la milicia o de la Iglesia.

Entonces ¿a qué viene eso de auditoria y auditores? ¿De donde habrá salido? Cuando me dispuse a hacer mi primer curso de auditoria, allá por los años ochenta, una vez decidido a iniciar una nueva actividad profesional y antes de su actual regulación en España, me topé con un curso a distancia. Era atractivo ya que se publicitaba y presentaba como un curso con grabaciones de todas las clases presenciales, aparte del correspondiente material impreso. Me interesó ya que parecía ser como asistir directamente a las sesiones presenciales que se daban en Madrid, en la sede de un determinado Centro de Estudios. Pues bien, en la primera de aquellas clases grabadas, el ponente o profesor se largó una extensa disquisición sobre eso de la auditoria y su nombre. Recuerdo que contaba, con gracia, que la palabra era algo así como oidor o escuchador. Es decir que auditor está ligado a audio. Se trata por tanto de la persona que oye o que escucha. Sus chistecillos fáciles sobre esta interpretación eran reídos largamente por los asistentes y esto lo escuchaba yo en mi casette. La primera clase transcurrió repleta de risas colectivas. Pronto comprobé que la maldita grabación de las clases era tan perfecta que oía más el ruido de los asistentes y sus cuchicheos que las voces de los profesores. Las guardé pronto en un armario y me quedé con el papel impreso.

Pero siempre he recordado eso de la persona que oye o escucha. O sea, que el auditor es alguien que escucha. Así se comprende bien lo de Coronel Auditor y Auditor de la Rota, ya que ambos escuchan  lo que dicen quienes están siendo sometidos a un juicio militar o los que actúan dentro del Derecho Canónico. Pero entonces ¿por qué se nos llama auditores? ¿Qué tiene que ver nuestra profesión con el oído?

Y aquí viene mi experiencia. Pero antes debo remitirme a otra cuestión: la de los Censores Jurados de Cuentas. También esta denominación se las trae. Cuando hice mi juramento como censor pasé a integrarme en el Instituto de Censores Jurados de Cuentas de España. Casi nada. Ésta era otra forma de denominar al auditor, nacida bastantes años antes en España, antes de la actual regulación de la profesión. No se les llamó auditores sino censores. Pero esto si tiene explicación en base a la antigua Ley de Sociedades Anónimas que establecía la figura de los censores de cuentas. Era la forma de denominar a unos socios que la asamblea elegía para revisar las cuentas presentadas por los Administradores y dar fe de que eran correctas. Censor equivalía aquí a revisor. Entiendo, por tanto, que al crear el Instituto antes citado se trataba de dar vida a unos censores profesionales, externos a la sociedad, que revisarían las cuentas de la misma. Y, posiblemente por influencia de la época, en plenos años del franquismo, le pusieron la palabra jurado, para indicar así que se trataba de personas que habían hecho un juramento de cara a la ética y honestidad en su trabajo. Pero hacían auditoria y eran auditores, aunque no se llamasen así.

Volviendo a mi experiencia personal, un auditor, si realiza bien su trabajo, tiene que escuchar bastante. Debe de hablar con personas de la organización a la que está auditando, preguntando y escuchando. Hablará con el gerente, con el Jefe o Responsable máximo de la Administración o las áreas económicas y financieras. Y, con toda seguridad, lo hará con el contable o contables de la empresa. También, con el responsable de los almacenes. Posiblemente, con otros empleados más de la entidad auditada. Y en esas entrevistas con toda seguridad… ¡oirá y escuchará!

Ahí está la respuesta al interrogante inicial. El auditor oye y escucha. Como el Coronel Auditor y el Auditor de la Rota. ¡Casi nada…! Quien le dio el nombre a esta profesión, fuese en España o, más probablemente en el mundo anglosajón, se quedó calvo, como decimos en  mi país para designar aquellos casos en que alguien discurrió mucho para poca cosa. O sea que yo soy un oidor y un escuchador…Las cuentas anuales y toda su parafernalia quedan en segundo plano y se engloban en eso de auditor de cuentas. Y, a partir de ahí, nos han salido una serie de hijos bastante irreconocibles. Es el caso de auditores de sistemas, de la calidad, internos o informáticos, por poner unos ejemplos. La familia se extiende cada vez más y tiende ya al infinito: auditores de animales, de minerales, de agencias de viajes, de lo que sea… Pero, se me plantea ahora una duda ¿Y todos estos, qué oyen y qué escuchan?

CAPÍTULO 2

NUESTRA PRIMERA EXPERIENCIA: ¡LLEGAN LOS AUDITORES!

Debo aclarar al lector, para su mejor comprensión, que el que esto escribe, antes de ser auditor fue auditado. Y hay más, en esa época no tenía ni remota idea de lo que era un auditor. Esa palabra no estaba en mi mundo ni en mi diccionario verbal. Veamos como sucedieron los hechos.

Era yo, entonces, Director de Fabricación o de Producción de una empresa, ligada a una importante y conocida multinacional. Mi territorio de trabajo era el de la técnica y el de la organización, el de la fabricación, el almacenamiento y los envíos de camiones repletos de nuestros fabricados a las centrales en Madrid. Y, también, de los aspectos económicos ligados a esto. Pues bien, nuestra empresa se auditaba todos los años, tanto por auditores internos como externos. Y ello llevaba consigo que anualmente desembarcaban en mi fábrica, en los períodos temporales correspondientes, aquellos personajes tan extraños para mí.

La primera vez que mi secretaria me dijo:

- ¡Me avisan que han llegado los auditores!

La oí, envuelto en mis problemas del momento – que eran muchos, muchísimos - pero no la escuché. Al cabo de unos minutos, me recordó el mensaje. Mientras seguía metido en mis cosas y en mis responsabilidades – que eran muchas…muchísimas - le dije algo así como:

-         ¿Qué quieren?

-         Espere que les pregunto- me contestó mientras salía hacia la salita de espera en la que debían estar esos señores.

Al poco regresó y dijo:

-         Son dos auditores de la firma tal  - una importante y conocida multinacional - que vienen a completar el trabajo que están haciendo en nuestra empresa. En Madrid están otros compañeros. Dicen que si puede hablar con ellos.

-         ¿Ahora? Tengo una reunión más tarde y la estoy preparando, tengo los presupuestos anuales a medio hacer, esperan para hablar conmigo tres personas, me llaman del servicio médico para hacer el reconocimiento anual y tengo que llamar, de inmediato, al Gran Jefe de Madrid. ¿No sabe usted que me es imposible?

-         ¿Y que hago? – remachó mi secretaria mientras añadía - Ah y quieren ir a los almacenes para no se que…

-         Mire. Entonces llévelos hasta los almacenes y que los reciba fulanito – el Jefe del Almacén.

Y pasé página sin más consideraciones. Se fueron hacia el almacén y a través de la cristalera de mi despacho, los vi caminar junto a mi secretaria. Sólo me fije en que eran muy jóvenes y llevaban traje oscuro y maletín en la mano. Sin más…

Pasaron los meses y un buen día – bueno más bien muy malo para mí - una llamada de Madrid, de uno de los jefes, me indicó que me había mandado unos informes de unos auditores y que fuese mirando que demonios había pasado para que ellos dijesen aquello. No me amplió más detalles y me remitió al informe escrito remitido por nuestro correo interno.

¿Qué habrá pasado?- me pregunté tratando de recordar a aquellas dos figuras, un tanto tétricas, que malamente retenía en mi memoria. Al día siguiente tuve la respuesta: Eran unas hojas de un informe de auditoria – las que se referían a mi fábrica - en las que se decían una serie de cosas, de difícil comprensión para mi en aquellos momentos, sobre los almacenes. Acompañaba a esas hojas un durísimo escrito de mis jefes de Madrid cuyas razones no comprendía nada bien. Todo se puede resumir en que, al parecer, nuestros almacenes eran un auténtico desastre. Y punto…

Leí varias veces aquellas hojas y me detuve en los detalles. Hablaba de ejemplos de observaciones que habían hecho, de no coincidencias de cantidades de diversos artículos eléctricos y electrónicos que teníamos en el  almacén, y daba vueltas alrededor de los mismos. Ante el mal cariz de los acontecimientos y mi asombro – ya que estaba en la creencia y seguridad  de que funcionaban perfectamente, por no decir de cine - decidí investigar a fondo aquel asunto.

Me fui a los almacenes e interrogué al Jefe y a todos sus operarios. Y tuve la película completa de lo sucedido. Me reprodujeron perfectamente las escenas. Más o menos, las cosas fueron así:

-         Traemos un listado de materiales y productos que ustedes utilizan y tienen aquí - dijeron los auditores - ¿nos enseñan donde están?

El Jefe de almacén, tras verificar que se trataba de resistencias, condensadores y pequeños elementos electrónicos, les enseñó una estantería más bien pequeña con muchas cubetas en las que se guardaban aquellos. 

-         ¿Está aquí todo?-preguntaron sorprendidos lo auditores

-         Así es

Y comenzaron a solicitar que les enseñaran las de algunos de ellos. Y así encontraron que había algunas diferencias en más o en menos de aquellos pequeños elementos. Algo objetivamente poco importante. Pero había unas diferencias.

Tras esto, hablaron – más bien charlaron - con algunos operarios del almacén que les contaron mil historias sobre su trabajo y la empresa desde su limitada visión. Los auditores sacaron, entonces, una impresión de descontrol y desbarajuste totalmente ajena a la realidad. Que no se contasen todos los días aquellos elementos - por otra parte cerrados con llave - no era relevante. Pero nadie sabe lo que es capaz de decir y contar un almacenero ante un forastero  que le escuche.

Pude comprobar, con asombro que toda la tormenta venía de unas diferencias en algunos elementos entre lo que indicaba el inventario y el recuento hecho, las cuales hubieran podido explicarse perfectamente en su momento… de estar allí alguien sensato. Y, además, saqué la conclusión de que aquellos auditores debían de ser jóvenes empleados – e incluso noveles - en aquella multinacional y, por tanto, con ganas de hacer méritos. Y lo sucedido fue la típica bola de nieve en las pirámides empresariales. Lo que había comenzado siendo unos someros comentarios en un informe, se fue transformando, al bajar de jefatura en jefatura de mi empresa, en un auténtico vendaval basado en un hipotético desastre.

Todo se explicó a Madrid convenientemente y aquello pasó a mejor vida. Pero…tuvo una consecuencia. ¡Mi visión de los auditores! Desde ese momento todo cambiaría en mi actitud. ¡Eran unos tipos peligrosos! ¡podían convertir el agua en vino con sus comentarios y sus informes!. Así que mucho ojo con ellos. Y los esperé al año siguiente. Mis órdenes fueron tajantes:

- Cuando lleguen los auditores les acompañaré yo, personalmente, todo el tiempo. Nadie hablará con ellos, solamente yo. Y no quiero ni un solo comentario como eso de que ¡habia 16 unidades y ahora no se porque hay 14! ¡Las piezas no se cuentan! O ¡la llave está en ese cajón! – les expliqué a mis subordinados y a los del almacén, acompañándolas de un par de tacos menores para que les quedase bien gravado el mensaje..

Y así fue. Un buen día llegaron y me convertí en su sombra. Miraron lo que quisieron y tuvieron las explicaciones adecuadas. Y, pese a la juventud de los nuevos auditores de ese año, les hice comprender lo relativo de las cosas. Vamos lo que en auditoria se llama importancia relativa. Todo transcurrió perfectamente,  nadie abrió la boca y nada se citó en los informes sobre nosotros.

Realmente –tal como he contado infinidad de veces a mis alumnos de los cursos de auditoria- nadie sabe lo que es capaz de hablar y de contar un empleado cualquiera de una empresa a una persona ajena a la misma que pasa por allí y le pregunta. Hay una especie de ley, no escrita en parte alguna, por lo cual a menor y más bajo nivel en las estructuras de una empresa, más son sus ganas de largar y soltar por su boca sus opiniones y consideraciones acerca  de aquella, sobre asuntos de cualquier nivel.
Moraleja, ante estos pensamientos míos de aquella época: si eres jefe y te auditan cuidado con lo que dicen tus empleados y, si por el contrario, eres auditor, aprende a perder un rato charlando con esos empleados y podrás encontrar una mina.

CAPÍTULO 3

LA CONTABILIDAD COMENTADA

Sucedió, lo que paso a narrar, hace años. Nos contrataron la auditoria de un Colegio Profesional. Llegado el momento de hacerla, comenzamos nuestro trabajo allí. Nuestro único interlocutor era el contable. El Presidente y los miembros de la Junta Directiva estaban en sus temas, pero la contabilidad del Colegio la llevaba un hombre, cercano a los sesenta años, que trabajaba allí desde hacia mucho tiempo. Y con él estuvimos y hablamos durante varios días.

Llevaba la contabilidad a mano. No estaba introducido, todavía, suficientemente el uso del ordenador ni los programas contables. Así que aquel hombre, personaje curioso como pocos, nos fue dejando sus libros de contabilidad: el diario, el mayor, el libro de balances. Lo primero que saltaba a la vista era la pulcritud extrema de sus anotaciones, hechas con una perfecta rotulación. Su letra, grande y redondeada, iba dejando remarcados los inicios de las frases y anotaciones. Una joya de la escritura, sin duda. Ni una mancha, ni un borrón. Era fácil imaginarse a aquel hombre, quizá pocos años antes, con visera y manguitos para su trabajo y una pluma mojando, cada poco, en un tintero.

Tuvimos en nuestro poder varios días su diario. Y ahí comenzaron nuestras sorpresas. Fueron varias y cada vez más llamativas. La primera fue que la mayoría de sus asientos iban acompañados de una descripción, más bien amplia, de la naturaleza de los hechos que lo provocaban. Los nombres de las cuentas se le quedaban pequeños para indicar a qué se debía cada asiento. Y escribía… escribía bastante en cada asiento.

Otra sorpresa fue que en algunos de ellos había breves comentarios entre paréntesis, a continuación del asiento y de su descripción. Podían leerse cosas como:


80.000 Pts     Vehículos     a   Bancos     80.000 Pts

Compra del coche matrícula XXXXXX
( Porque hacía falta ya que se vendió otro más viejo)

      O, en otra ocasión:


                                   5.000  Pts       Gastos       a     Caja           5.000 Pts
Pagos al fontanero D.xxxxxxxxx  que arregló las cañerías del agua
(Teníamos averías frecuentes y le cayó agua a los vecinos de abajo)

Había bastantes de estos comentarios esparcidos por aquel diario, pero nos    esperaban todavía sorpresas mayores.


Y éstas aparecieron cuando encontramos algunos comentarios, más extensos, al pie de algunos asientos de aquel diario. Nada mejor que comenzar transcribiendo algunos de esos comentarios:


Día    xxx   de  xxxxxxx del año 198x


25.000 Pts      Deudores      a      Caja    25.000 Pts

Salida por entrega a D. xxxxxxxxxxxxxxxxx

( Se trata del dinero que le entregué a D.xxxxxxxxxxxxxxxx, que pertenece a la Junta de Gobierno del Colegio. No se para que lo quiere, pero le dije que no podía contabilizar esto así. Me dijo que lo hiciera de todos modos. Así que lo contabilizo porque él me lo mandó)

Se puede imaginar el lector la cara de sorpresa primero y la sonora carcajada, después, que se nos escapó a mi compañero auditor y a mi al leer esto. No podíamos dar crédito. Lo repasamos varias veces. Llamamos al contable para que nos explicase aquello, sus motivos y demás circunstancias. Fue muy poco explícito y nos remitió a al comentario escrito que, por otra parte, era claro y evidente. El bueno del contable, se guardaba bien las espaldas, ante cualquier complicación futura, pensaba él, con aquel comentario escrito en el Diario.

A la vista de esto, nos pusimos a una búsqueda exhaustiva de nuevos comentarios de este calado. Sospechábamos que la afición del contable a dejar sus comentarios por escrito nos llevaría a encontrar otros similares. Y así fue:

Dia xxx de  xxxxxxxxxxx del año 198x

20.000  Ptas     Gastos    a  Caja    20.000 Ptas

Entrega para gastos de viaje de D. xxxxxxxxxx a Madrid, el día xx de xxx

( Entregados a D.xxxxxxxxxxx,  xx  ptas en billetes y  xxx ptas en monedas para su viaje a Madrid, el día citado. Creo que es mucho para ese viaje porque el hotel ya está pagado por la agencia xxxxx y va en su coche. Se le dio y yo contabilizo esto así porque él me lo mandó. También me lo ordenó hacer así el Presidente del Colegio)

Se pueden imaginar lo lectores, sobre todo si son auditores y contables, nuestra cara de asombro ilimitado. ¡Aquel buen hombre tenía el diario regado de comentarios, con toda clase de detalles y siempre cubriéndose sus espaldas y tratando de salvar su responsabilidad! Algo insólito y jamás visto por nosotros.

Naturalmente, hablamos mucho con él, en parte para aclarar muchos temas de aquella auditoria y, también, para conocer mejor al personaje. Era realmente digno de que se narrase su historia completa. Aparte de ser gallego y ejercer de tal, como pudimos comprobar, era un hombre que unía a su meticulosidad en el trabajo, una profunda desconfianza. Creía vivir – quizás con fundamento - sobre arenas movedizas y trataba de protegerse. Realmente, con frecuencia los colegios profesionales son auténticos campos de batalla entre los que llegan y los que se van en las Juntas de Gobierno o en los procesos electorales. Hay muchas luchas intestinas, envidias, politización, camarillas y afanes de escalar a su Presidencia. Aquel hombre estaba ya curtido en mil batallas. Había sufrido un montón de Juntas de Gobierno diferentes, con gentes que llegaron y, al cabo de un tiempo, pasaron, dejando en el camino toda clase de órdenes y de actuaciones. Y aquel contable…en medio de todos. ¿Cómo no iba a ser precavido? Pero, en toda nuestra vida profesional, jamás vimos nada semejante: ¡Una contabilidad comentada! Un libro diario repleto de comentarios nacidos en el día a día. Sacamos –como no, era obligado- algunas copias de los apuntes más llamativos para guardarlos y enseñarlos el día de mañana a nuestros nietos. Por algún rincón, por el momento inaccesible y perdido, de los archivos de mi despacho deben de reposar esas fotocopias. Ahora serían, junto a otras joyas, un pequeño tesoro, reliquia de unos tiempos lamentablemente idos.

CAPÍTULO 4

UN AUDITOR POR LOS SUELOS

La auditoria relatada en el capítulo anterior, habría de dejarnos otra pequeña muestra tragicocómica de nuestro trabajo profesional. Y no me puedo resistir a narrarla, poniéndome inicialmente serio.

Solíamos desplazarnos, mi compañero y yo, a las oficinas de ese colegio profesional citado de una ciudad gallega, viajando a primera hora de la mañana para regresar al anochecer a nuestras casas. Hacíamos una parada de una hora y media, más o menos,  para comer. Íbamos a un restaurante que estaba en la misma calle, en la acera de enfrente, a unos pocos metros más abajo. Se comía bien y en aquellos días invernales, de frío intenso en aquella ciudad, era un momento de relax que nos permitía pasar un buen rato de descanso.

Pues bien, uno de aquellos días llovía continuamente, mientras el viento y la humedad arreciaban, golpeando contra las ventanas de aquel Colegio. Llegó la hora de comer y nos dispusimos a bajar mi compañero y yo. Llegamos al portal bromeando sobre la que estaba cayendo. Como solamente teníamos que cruzar la calle y bajar después unos metros bajo unos soportales dejamos los paraguas en las oficinas. Con el abrigo de nuestras gabardinas y los cuellos subidos, llegamos al portal de la casa. Como llovía tanto –una cortina de agua barría sin cesar la calle- esperamos unos minutos. Pero aquello llevaba trazas de no acabarse nunca. Estábamos ante un  auténtico temporal gallego de agua y viento. Al fin, decidimos salir a la calle y cruzar. Habría que mojarse algo, pero no había más remedio que salir si queríamos comer.

Entonces…mi compañero –que no es precisamente un atleta- se preparó para cruzar, mientras decía:

-         Vamos Manoliño que chove…

Y al tiempo que decía esto, se lanzo a la carrera, para cruzar la calle, de la misma forma que arrancaría un atleta en una carrera de cien metros lisos. Ésta era un río de agua. Le seguí, con menos ímpetu y… ¡sucedió todo!. Mi compañero tan pronto puso un pie en la calle e inició el sprint, se le fue con un tremendo resbalón. Fue dando traspiés rumbo a las casas de enfrente, evidentemente fuera de todo control. Con una mezcla explosiva de resbalones y bandazos, con el cuerpo hacia delante y el pánico dibujado en su cara, cruzó la calle sin freno alguno. Al llegar a la pared de enfrente se topó con un comercio abierto, en el que había varias personas. Pasó de esa guisa por la puerta abierta del comercio y, en marcha absolutamente errática, entró en el comercio, con sus tumbos y resbalones a cuestas. Ante el estupor y el espanto de los presentes y mientras yo, desde fuera, seguía aterrado la escena, mi compañero llegó hasta el mostrador y dando un tremendo golpe rodó por los suelos del comercio. Se oyeron unos gritos despavoridos y el temor se adueñó de los presentes. Mientras el intruso auditor yacía quejoso en el suelo, varias señoras se apresuraron a levantarlo del suelo. Llegué a tiempo de oírle decir:


-         Me maté…mamaiña que golpe me he dado

-         Pero ¿le duele algo? ¿Se ha roto algo?- le preguntaban en tono serio, empezando a salir de sus temores al verle levantarse sin aparentes problemas. Sólo decía:

-         ¡Que golpe mamaiña…que golpe! Se me fue un pie…No tengo nada, no es nada.

Me hice cargo ya de mi compañero que tenía su gabardina totalmente mojada y embarrada, como si hubiese caído en un pantano. Sus gafas rotas habían rodado por los suelos. Eso y unas marcas de éstas sobre su nariz eran la única huella del descalabro. Salimos, después de tranquilizar a aquellas buenas señoras y de sortear un grupo de curiosos  que se había formado en la puerta, y nos acercamos al restaurante. Ya más tranquilo, mi compañero, el auditor que había rodado con estrépito por los suelos, no cesaba de decir

-         Mamaiña… que golpe. Se me fue un pie…

Tras la comida de recuperación, regresamos a  nuestro trabajo, no sin antes explicar a todos los presentes el por qué de aquella gabardina embarrada y hecha una pena. Realmente, la dignidad del señor auditor –que existe y es reconocida como tal- quedó en aquella ocasión …por los suelos.