sábado, 10 de septiembre de 2011

CAPÍTULO 8

CUIDADO CON LA INTEGRIDAD FÍSICA

Cierto día, mientras me encontraba enfrascado con un arduo problema fiscal de un cliente auditado, me avisaron:

-         Tienes una llamada de D. José XXX

-         ¿ Quién es? No lo conozco da nada –contesté – mira a ver que quiere.

Seguí con mis pensamientos envueltos en la maraña de la fiscalidad y al instante, volvió a sonar mi teléfono del despacho:

-         Es un señor de una Cofradía de Pescadores que quiere hablar contigo.

-         ¿Pero sabes que quiere? ¿Le habéis preguntado? – contesté molesto por la interrupción y sin prestar la menor atención al mensaje difuso que me daban, máxime que no tenía nada entre manos con ninguna Cofradía de Pescadores.

-         Sí e insiste que solamente quiere hablar contigo, el auditor, como te llama.

-         ¿Pero dice mi nombre…? – repliqué tratando de esquivar una de esas llamadas que, en principio, suenan inoportunas e interrumpen una tarea que exige concentración.

-         Mira…ya hemos intentado todo, pero ese señor solamente quiere que te pongas – me contestó – Parece bastante excitado y hasta me ha hablado con cierto desdén y agresividad.

-         A ver… pásame esa llamada de una vez – contesté rindiéndome y, también, porque me pareció que aquel hombre posiblemente quería hacer una auditoria, y esto nunca se desprecia en principio.

-         Buenos días, ¿hablo con MDA el auditor? – dijo dándome con ello a entender que conocía mi nombre e iba a tiro fijo.

-         En efecto, soy yo. ¿Qué desea?

-         Mire usted, le llamo de la Cofradía de Pescadores de XXX y quiero hacer una auditoria.

-         Pero… explíquese un poco más ¿esa Cofradía quiere hacer una auditoria? ¿De sus cuentas anuales? ¿de qué años? ¿Se ha auditado ya con anterioridad?

He de indicar que para mi una Cofradía de Pescadores es algo perfectamente conocido. No en balde mi padre fue durante años Secretario de una de ellas y Agente del Instituto Social de la Marina. Por ese motivo y porque pasé muchas horas y días en mis años jóvenes ayudándole en su trabajo entre la gente del mar, conozco bien ese ambiente y sus actividades. Por ese motivo, me sonó raro que se quisiera auditar una Cofradía y que aquel hombre supiera bien lo que era esto.

- Mire…verá. Soy parte de la Cofradía. Bueno quiero decir que he estado ligado hasta hace poco a ella y soy marinero. Quiero, bueno queremos que se audite porque no estamos de acuerdo con la gestión que lleva ahora el Presidente. En el Cabildo…

Le interrumpí de inmediato, al ver que allí parecía haber lío. Y además entre la gente del mar: armadores y marineros. ¡Mala cosa! Pensé para mis adentros. Pero el hombre siguió en sus trece.

-         Lo que quiero y por eso le llamo es para que usted, si puede, se acerque aquí y le contamos bien lo que queremos y el por qué

-         Sabe… no tengo mucho tiempo ahora – repliqué utilizando la excusa número uno del argot de la profesión: la falta de tiempo.

-         Mire es muy importante para nosotros hacer la auditoria.  Acérquese hasta aquí. Le voy a buscar y le entrenemos lo menos posible.

-         Pero ¿con quién me entrevistaría?

-         Conmigo y el Presidente de la Cofradía. También algún administrativo

-         ¿Y si lo dejamos para la semana que viene? – dije aplicando la excusa número dos que cómo veremos tampoco funcionó ante la feroz insistencia de aquel hombre anónimo para mí.

-         Nos corre mucha prisa…

-         ¿Podría llamar a otro auditor? – le corté aplicando la excusa número 27 y que suele ser ya definitiva.

-         Pero no conocemos  y además nos han hablado muy bien de usted y de cómo trabaja.- Remachó aquel hombre que, si bien trataba de deshacerme de él, me empezaba a caer simpático por su insistencia machacona.

Así que comencé a ver que la única solución era o actuar con mala educación y cortar por lo sano o aplicar la última excusa del auditor: ir a un presupuesto astronómico. Con esto se acaba siempre con situaciones como éstas y con trabajos que uno no quiere hacer ni siquiera conocer. Aquello de la Cofradía de Pescadores no podía, al final, ser nada bueno. Me lo decía mi olfato que no solía fallar en estas cosas.

-         Está bien. En una hora estoy en la Cofradía esa y nos vemos allí. ¿Me esperan ustedes, no? –les dije ya con mi plan elaborado para acabar con aquello o verificar si realmente era un trabajo interesante. ¿Podría serlo, no…? Pensé.

Pero era evidente que me estaba dejando llevar más que por el sentido común o por la praxis de auditor veterano, por mi simpatía por el mundo marinero, representado ahora por aquel ente de la Cofradía. Mi pasión por el mar y su mundo, me había picado, sin duda, ahora. En mala hora….

Cogí mi coche, dejando sobre mi mesa los papeles del problema fiscal con el que estaba, y en aquella hermosa mañana de primavera, me fui hasta la Cofradía de Pescadores de XXX. Al llegar me esperaba un hombre, sin duda alguna marinero por su indumentaria y sus modales. Adiviné, al instante, que no formaba parte de quienes dirigían y gestionaban aquellas Cofradía. Se acercó. Nos saludamos y me contó sus cosas, al hilo de mis preguntas. Estábamos fuera, en la puerta del edificio, situado en un pequeño y coqueto muelle en el que estaban atracadas varias embarcaciones de pesca.

Se puede resumir el asunto en que aquel hombre y el resto de los marineros de aquel lugar, según manifestaba él, estaban convencidos de que había mala gestión, despilfarro y hasta posiblemente desaparición de fondos de la Cofradía. Me dio sus argumentos pero ni un solo papel. Los tenían todos el Presidente y el contable. Habían pedido mil veces, decía, las cuentas y no las daban. No había asambleas ni reuniones. El Presidente actuaba - me seguía manifestando mi interlocutor – despóticamente y siempre amenazando a todo el mundo. Y estaban todos decididos a todo. Es decir a hacer una auditoria.

Visto con esto que mi interlocutor no era La Cofradía sino aquel hombre y que, obviamente, la auditoria me la debía encargar  quien estaba al frente de la misma o los marineros, solicitándola debidamente en una Asamblea legal.

-         Mire usted – le dije, vislumbrando que no íbamos por buen camino- ¿Quién encargaría y quien pagaría la auditoria?

-         Bueno  -balbuceó, flojeando por primera vez desde que le vi – supongo que la Cofradía., claro…¡la Cofradía ¡ que es quien tiene el dinero.

-         Pues tendremos que hablar con la Cofradía. Quizás otro día…- le dije viendo que habíamos embarrancado y lo mejor era terminar con aquello.

Si se llevaban tan mal con la Cofradía ¿Cómo pensaba él que iba aceptar una auditoria y, además, pagarla el bueno del Presidente aquel?. Di un par de pasos hacía mi coche cuando oí una fuerte voz que, más bien, me pareció un trueno.

-         ¿Pepe! ¿Qué c…. haces tú aquí? ¿Qué quieres imbécil…?- Soltó aquella voz de trueno.

He de decir que en este pasaje voy a traducir los tacos soeces y las brabuconadas a lo bestia que aquel individuo exhaló por su boca. Las suavizaré al lenguaje coloquial más asequible. Era un hombre de unos sesenta años, alto y gordo, fuerte, a la vista, como un roble. Se acercó a mi acompañante que por lo visto se llamaba Pepe. ¡Ya sabía algo de él después de tanto misterio sobre su persona!

-         ¿Me c…. en tu p…. madre , c…..! ¿Qué haces aquí. ¿No te dije el otro día que si volvías te daba cuatro (¡ojo, no dos como suele ofrecerse en estos casos!) hos… y te tiraba al mar.

Mi acompañante parecía frenarse en seco, pero ante mi presencia osó decir:

-         Este señor sabe de números y de cuentas. Lo he llamado, bueno lo hemos llamado para que…

-         ¡Que lo habéis llamado…! ¿Quiénes, gil….? ¡Habrás sido tú…mentecato! Te voy a dar…

Y al decir esto avanzó unos pasos hasta situarse frente al tal Pepe. Yo di discretamente mis primeros pasos de retirada y me quedé unos metros más lejos. El Pepe, frente a frente con él, seguía envalentonado o quizás haciendo acopio de todo su valor, mientras el Presidente, que era en efecto quien había salido, le miraba iracundo.

-         Vamos adentro – dijo el Presidente empujando al hombre al interior del local de la Cofradía.

Ambos entraron discutiendo ya acaloradamente, mientras que yo, a través de la puerta abierta contemplaba la escena. El Pepe le acusaba de no informar y de no presentar cuentas y le decía que todos estaban en contra del Presidente. Éste, gritando como un energúmeno, le decía que donde estaban los demás para mantener aquello. Pasaron unos minutos tremendos de gritos salvajes del Presidente y palabras cada vez más alicaídas de Pepe. Estaba claro que no lograba aguantar las embestidas.

Entonces, salió un tercer hombre de una oficina contigua. Era por lo visto el contable.

-         ¿Sabes lo que dice este hijo de  p…., el muy gil….? ¡Que no hacemos cuentas, que no hacemos asambleas, que no informamos y que dónde está el dinero!  ¡Lo mato, ca….lo mato!

-         Hombre – salió bravo pero conciliador el contable señalando hacia la puerta por donde acaba de salir - ¿cómo no vamos a llevar cuentas? ¡Las llevó yo personalmente y las tengo ahí!

-         ¡Pues enséñemelas ahora! –oso decir Pepe subiendo el tono de su voz y yéndose arriba.

-         ¿Qué te las enseñe…. ¿ ¿Qué te…?- rugió aquella fiera del Presi - ¡Que c…. te va a enseñar a ti! ¿Quién eres tú? ¡Una completa calamidad que no sabe hacer la o con un canuto, ca….!

-         Pero se las puede enseñar a ese señor que está afuera… al auditor.

El Presidente caminó unos pasos sin llegar a asomarse a la puerta y decidió continuar ignorando mi presencia y centrarse en Pepe. Desde que apareció no me había mirado ni una sola vez ni dirigido la palabra. Ni siquiera los buenos días al llegar. ¡Estaba todo claro…mi decisión estaba tomada! ¡Qué pintaba yo en aquella guerra! Así que inicié mi marcha hacia el coche, jurando en arameo, interiormente, por mi absurda decisión de ir a aquella Cofradía de Pescadores para hablar con un desconocido y tomar datos para darle un presupuesto al alza muy alzado. Pero, unos chillidos que parecieron aullidos, me hicieron detenerme y volver la cabeza. La escena era indescriptible. El Presidente comenzó a bramar y blandir toda clase de amenazas contra el Pepe, auxiliado en esta tarea por el contable que decía también lo suyo Encarándose los dos con él, le hacían retroceder una y otra vez por la sala.

-         …¿Pero quién eres tú, mamarracho, para pedirme a mí nada? Soy el Presidente de la Cofradía y llevo aquí 20 años en el cargo…¿Quién eres tú? ¿Y los otros…? ¡No me digas más que te aplasto como un gusano, cab…de m….! ¡Que no presento cuentas…! Las presento donde quiero y como quiero…¡Tú que sabes, si no tienes donde caerte muerto! ¡No sirves ni para ir a los calamares…!

La cosa estaba muy fea, pero el Pepe , en lugar de plegar alas y buscar la ayuda de otros aliados para su causa, cogía aire de vez en cuando y se empeñaba en seguir la batalla. Pero era peor… Opté por acercarme decidido par decirle al Pepe que me iba y que mejor lo hablasen otro día más tranquilos…¡Ni me escucharon…! En ese momento el Presidente cogía por los hombros a su opositor y lo levantaba del suelo mientras le seguía soltando imprecaciones. El bueno del contable…trataba de poner algo de orden y de paz…¡Era imposible…! Me dí la vuelta y me alejé a buen paso hacia el coche. Atrás seguía la trifulca de voces, gritos y chillidos.

¿Quién me habría mandado a mí meterme en aquel jaleo? ¿No sabía de sobra, antes de ir a esa Cofradía, que estos enredos de cuentas y asambleas terminan muchas veces mal? Lo sabía perfectamente, pero con tanta insistencia y mi pasión por lo marinero me había ido a meter en la boca del lobo. Así que los dejé, rompiendo el papel con la dirección de la Cofradía y el teléfono de Pepe. Regresé a mi ciudad con pensamientos encontrados: mi enfado contra mi mismo por las dos horas perdidas y mi mal cuerpo por las escenas, crudísimas, que acababa de contemplar. Además, era consciente que también había peligrado algo mi integridad física si aquella fiera no se hubiera detenido, en medio de sus amenazas de las cuatro h…., ante eso del auditor.